Lejos de la doctrina iusnaturalista –que derivaba de fundamentos metafísicos el derecho positivo– Rousseau no aborda
el estudio de la naturaleza desde una aproximación metafísica sino simplemente con afán descriptivo. A saber, observar lo originario del ser humano para orientar su educación. A fin de entender la naturaleza en Rousseau es imprescindible referirse al Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres presentado a concurso en la Academia de Dijon en 1755. La finalidad de este discurso ya deja entrever su idea de naturaleza bondadosa.
Según el pensador naturalista, tal y como se constata en el párrafo anterior, el progreso de la humanidad es una involución, pues la razón ha acabado imponiéndose sobre el instinto natural. En detrimento de lo convencional,
Rousseau ensalzará la ley, el sentimiento, la pasión, la fuerza, el lenguaje, la curiosidad, la necesidad, el afecto y la felicidad naturales. La naturaleza es, en su pensamiento, punto de partida y de contraste: lo natural es bueno, lo artificial maligno.
Para Rousseau la virtud está en el control de nuestras necesidades. En una suerte de teleología natural –que el progreso histórico de la humanidad ha reprimido indefectiblemente– la naturaleza contiene sus propias normas de
desarrollo, los principios rectores del crecimiento e, incluso, lleva implícitos los límites de progreso y perfeccionamiento.
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